Rey del drugstore o ángel de la noche.
Lo conocí una noche que precisaba leche
-no vayan a pensar, mi suegra en cama
se quejaba de un nudo en la faringe-.
Salí despiadadamente,
en camisón, ajena al que dirán y a eso
que se llama vergüenza.
Aterricé en el Drugstore.
Allí estaba él, no vi su rostro.
El pantalón ceñido confería a su imagen
una dosis de morbo y de intriga
-a veces, no es el nombre
lo que provoca en otro sus sospechas.
Me dijo que era un ángel, pero no era posible.
Los ángeles no guardan su caja de herramientas
en el altar sagrado de un blue-jeans.