El amigo me lo contaba
Sin jactancia, con un asombro
Mitigado ya por el tiempo.
“Pasé el mar- le decía ella
aprestando al amor el cuepro fino-.
Pasé el mar con mi hombre
Y mis dos chicos, sin saber
que no era más que para conocerte,
enterarme de que tu lengua
es mi único alimento!.
Le decía, las manos en su cara:
“Haz todo y más porque, después de ti,
Ya no me importe nada, nadie.
Acábame aunque no sin dejarme
Marcado el cuerpo. Y no me ames: úsame,
que yo pondré el amor.
No quiero para ti ese peso ni ninguno.
Ve en mí no más un instrumento
De tu placer y no te rías si me notas
Tan ansiosa como una virgen.
Tu sexo ante mis ojos, dueño de ellos y de mis pezones.
Que me hiera sin cura, que se enrede
En mi alma hasta agotarme”.
Quién.
Quién diría que aquello era de pago.
El Muro de las Hetairas.