En tu mar, se posaron mis labios
y tu boca, se adueñó de mi océano,
no importaba… ni el tiempo, ni el espacio.
Los atardeceres nos nublaron
con el incienso perdido en el infinito,
la luz de las velas, cubrían nuestros cuerpos.
Guardábamos nuestros códigos secretos
entre lunas coronadas de laureles,
esculpiendo con la noche nuestros besos.
Un horizonte partió los juegos reflejos
mientras iba tejiendo,
un vergel vacío de ausencias.
Ahora tan solo quedan…
una distancia lejana en el tiempo,
un recuerdo del mar, una foto
una lágrima seca, un olvido,
algún te quiero en la brújula de un verso
un recuerdo marchito.
Ya no te encuentro…
estás en la distancia que me aleja,
dividido entre perdones y cadenas
sin saber…
cómo estoy, lo que quiero, o lo que pienso,
ya nada importa.
Y aún me sigues preguntando…
si te besaría al verte,
y el frío… se adueñó de mi piel,
pues parecería que estoy besando
al fantasma de la muerte,
el que no luchó lo suficiente
ni antes, ni ahora, ni después.
No te puedo dar lo que no ofreces
pues mi lucha, te gana en prioridades,
queda tranquilo, en las dudas de tus mares
que mi camino se escribió con mil verdades,
pues ya quedaron atrás…
las caricias encima de la mesa.
Zíngara
Conchi del Blanco
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